jueves, 24 de septiembre de 2009

Retrato de la Perfección


Hay, ahí, en esa entrada linkeada, una descripción (por cierto muy buena) del gol de Diego (no hace falta aclarar cual).

Ese gol tiene un único problema, cualquier relación con algún tren, que justifique su publicación en este medio, es forzada. Hay aquí, historias de trenes, no de goles. Podría decir, en un vano intento de justificar esta publicación, que Diego solía viajar de colado en tren desde y hacia Fiorito, haciendo de las monedas ahorradas una porción de pizza que calmaba parcialmente el hambre de los entrenamientos juveniles y que, por lo tanto, de algún modo, hay un tren oculto tras ese gol. Sería un absurdo.

Podría decir, simplemente, que leer a Agustín en el blog linkeado me hizo acordar a esto que hace mucho escribí y que gustó a uno de sus seguidores. También es un poco absurdo, pero bueno va igual esta crónica sobre un retrato de la perfección sin trenes a la vista.

RdP

Los retratos (las descripciones en general) pueden encararse desde distintos ángulos, resaltar diferentes aspectos y, desde luego, materializarse por medios diversos; así, una imagen o una descripción literaria, por mencionar dos de los más habituales.

Ahora bien, los retratos pueden exceder el rostro humano, pueden también exceder al cuerpo en su totalidad, y difundirse a nociones diversas sobre las cuales quiero detenerme. Me estoy refiriendo a los retratos de elementos abstractos.

En ellos la utilización de símbolos para hacer referencia al concepto subyacente aparece como requisito esencial. Valgan de ejemplo aquellos derretidos relojes de Dalí, o la representación, del mismo concepto, en los aletargados sonidos de la célebre canción Time de Pink Floyd.

Si bien los citados ejemplos se diferencian de la utilización de un medio distinto en su factura (imagen/sonido), en ambos continúa existiendo la relación sentido-símbolo. Siguiendo este concepto, pueden imaginarse innumerables retratos de elementos abstractos: de los sueños, de la templanza, de la valentía, de la inteligencia (sólo por nombrar algunos conceptos abstractos que el catálogo de valores oficiales enumeraría en primer término).

Pero pensé en la perfección, e inmediatamente me inundó la sensación de que este concepto era más difícil de atrapar en imágenes, en palabras o en sonidos. Si me pidieran que señalara algún retrato de la perfección, podría indicar las obras que mencioné. En definitiva, los mejores retratos de la perfección son retratos de otras cosas, pero hechos en forma genial, en los que la perfección se descubre bajo el velo de una descripción de cualquier otro concepto, para luego reivindicar esa obra como referente a ella, como un verdadero retrato de sí misma.

Pronto comprendí que la omnipotente perfección no se conformaría con ser mostrada exclusivamente a través de otro retrato; cualquier realización sublime del hombre es, además, un verdadero retrato de la perfección.

Yo fui testigo de uno de estos retratos. Aquél, como burla a quienes asocian la perfección con la solemnidad y a quienes la relacionan con ámbitos formales, elitistas y cerrados, se gestó ante la mirada atenta de millones de personas. Un número importante, pero pocas en relación al total (todo es relativo), estaban presentes; el resto, entre los que me cuento, lo vimos por TV.

El lugar, México; el contexto, la copa mundial de fútbol; la fecha, 1986 dc. Un jugador veloz, pero mucho más hábil aún, quebraba la cintura para dejar tres rivales en la partida de lo que sería su carrera hacia la gloria. Luego vendría la eterna corrida, diez segundos en los que el Diez, mediante sus hamaques y gambetas iría desparramando rivales —seis en total, número nada despreciable si se tiene en cuenta que un equipo totaliza once integrantes); diez segundos en los que el Diez fue perseguido por un contrincante que, pese a correr sin pelota, no pudo darle alcance.

Fue un dibujo perfecto, hecho por jugador y pelota, ambos conformaban un solo ser, eran inseparables, hasta que el clímax los separó por un segundo —el de la definición—, para volverlos a unir en el recuerdo de todos y para siempre.

Hasta aquí un gol de factura sublime… pero la perfección no olvida el entorno, se trataba, como dije, de una copa mundial de fútbol, esto es, el evento máximo de este deporte. Se producía, además, luego de que el mismo jugador, en ese mismo encuentro, había convertido otro gol, pero con la mano. Así, la perfección dejaba en un segundo plano a la picardía. Además, tiempo antes, el mismo jugador había realizado una jugada similar, en la que sólo falló al definir (mundial juvenil, Japón, 1979), demostrando la perfección que está más allá de los hombres que le sirven. Paradoja final, las víctimas de ese gol fueron quienes acunaron la palabra fútbol y dieron a este juego su fisonomía moderna.

En definitiva, esta es la historia de un retrato de la perfección hecho por el más grande jugador de fútbol de todos los tiempos, con sus movimientos armónicos, con su zurda mágica, y con el mundo —desde entonces, definitivamente a sus pies— adorándolo. Un mundo que se olvidó que es un hombre, y lo confundió con la perfección misma.

2 comentarios:

  1. Por supuesto, su pluma me produce mucho más placer que la mía. Ud sabe que lo disfruto y lo recomiendo.
    Agradecido por la deferencia de linkearme -regalo exagerado, por supuesto-, sólo quería decir, para agregarle a lo suyo y a lo mío, que la perfección se completa con que le rival era Inglaterra, apenas a cuatro años de Malvinas.
    Para ponerlo en un cuadrito, con su mejor marco.

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  2. gracias Agustín, es ud. muy generoso.

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